Después de vagar por la vida sin rumbo, perdón, después de vagar unos días por la tierra de de Juan José Arreola, Juan Rulfo y el mítico Pedro Páramo (Comala), llegamos a la ciudad porteña de Manzanillo, donde tragamos y bebimos que fue un contento; ahora, ya en la cruda realidad y prestos para pagar lo que cosumimos con el poder de la firma, mecanografiamos esta entrega; si alguien quiere cooperar para ayuda del… jubileo, no nos hacemos del rogar.
Manolo de la Laguna
Hay una vieja canción donde una de sus intérpretes, fue “La Grandota de Camargo”; su nombre es de todos los (as) aficionados (as) conocido, la letra parece que es de Agustín, cuyo apellido también es de todos conocido y si no investíguenlo, porque si algo les sobra es tiempo y guay de aquél o aquélla que diga que no lo tiene, porque hay tiempo hasta para morirse, ¡ozú! ojalá no sea pronto.
La canción se llama “Adios Nicanor”… Sé muy bien que no vas a volver,. sé muy bien que tu amor es para otra mujer…; desde luego esta tonada actualmente ya no se escucha y la generación de cristal, ni siquiera sabe que existe; cuestión de época.
Por qué nos acordamos de esta vieja composición lariana, porque un viejo gruñón, para calificarlo por lo menos y respeto a su memoria aunque en vida terrenal no fue muy grata por su temperamento, tuvo la osadía de burlarse de un torero español, por el solo hecho de ser más alto que él; en cuanto grandeza que cada lector (a), los califique para no meternos en un atolladero.
El burlón, para variar, era gringo y en ese tiempo radicaba en España, su oficio, escritor, su vicio, el alcohol, pues un escritor que no huele a alcohol, es como una flor sin aroma, según Pagés, el padre; el escritor ganó el premio Novel de Literatura; el amanuense, aficionado a la más bella de todas las fiestas, se burlaba, como ya lo escribimos, del espada, llamándolo, por su estatura, “valeroso poste telegráfico”.
Pero un buen día, Ernest Hemingway, para su buena suerte, vio torear a su defenestrado y…¡Oh! sorpresa, su percepción sobre el altote mataor, cambió radicalmente y no sólo lo hizo amigo, sino que, al paso del tiempo y al tener el escritor su primer hijo, lo bautizó con el siguiente nombre: Jhon Hadley Nicanor Heminway.
El torero madrileño, por si de momento no lo rcuerda o no lo ubica, era… ¡ándele!, le atinó: Nicanor Villalta y Serres, quien aparte de cortar más de 50 orejas 50 en la Catedral del Toreo, “Las Ventas” de Madrí, logró cortar tres rabos. Vale.
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